No la inventamos nosotros, sino nuestros antepasados. La acuicultura ha estado muy presente en la humanidad desde fechas inmemoriales y, con ella, se buscaba la soberanía alimentaria del territorio donde se ejercía. Había que tener en cuenta que conseguir alimentos del mar, casi siempre lejanos, tenía su complejidad, y su cultivo les proporcionaba cierta independencia.
Las invasiones bárbaras acabaron con esta práctica y llevaron a la humanidad a tiempos oscuros. Pero, en cualquier caso, la acuicultura hoy continúa bien arraigada y, gracias a ella, podemos conseguir pescado fresco en todo momento, de cercanía y con todas las garantías de calidad y respeto hacia el medioambiente.
La historiadora gastronómica y cocinera docente Rosa Tovar lo tiene muy claro: “creo que la historia siempre vuelve. Los cultivos de peces de origen romano fueron destruidos por las invasiones bárbaras, pero se conservaron en el Imperio romano de Oriente, desde donde, a través del Mediterráneo, volvieron a toda Europa a partir del siglo IX”.
Y en Europa sigue. En España es una industria afianzada que, en palabras del biólogo José Luis Guersi, “contribuye a la creación de nuevos empleos más cualificados, también al turismo y a la gastronomía local, con un alto componente cultural y de conocimiento del medio. Por otra parte, supone un importante elemento tractor en el ámbito de la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación”.
La soberanía alimentaria como objetivo
Hemos comenzado hablando sobre la importancia que, a lo largo de la historia, ha tenido la soberanía alimentaria para que la humanidad lograra asentarse y sacar partido de los territorios que habitaba. Pero es fundamental que profundicemos en este concepto para que podamos valorar su impacto social, cultural y económico; y para que también comprendamos mejor el papel que juega hoy la acuicultura española para conseguirla.
¿Qué es la soberanía alimentaria?
Tal y como nos recuerda la FAO, el concepto de soberanía alimentaria tiene su origen en la seguridad alimentaria. Esta última existe cuando “todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico y económico a suficientes alimentos, inocuos y nutritivos, para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana”.
Se trata de una definición que implica “la disponibilidad de alimentos, el acceso a los alimentos, la utilización biológica de los alimentos y la estabilidad”. Dimensiones que, para ser alcanzadas, requieren de un “entorno político, social y económico pacífico, estable y propicio” como base fundamental para que los Estados pueden atribuir “la debida prioridad a la seguridad alimentaria y a la erradicación de la pobreza”.
A partir de estas ideas, la noción de soberanía alimentaria fue desarrollada a finales del siglo pasado por el movimiento internacional Vía Campesina y planteada en el Foro Mundial por la Seguridad Alimentaria de 1996. Evento donde se debatió y se concretó para llevar la idea de seguridad alimentaria más lejos: identificando el lugar de procedencia de los alimentos, las condiciones en las que son producidos y la forma en la que se distribuyen.
Así, la propia Vía Campesina define soberanía alimentaria como “el DERECHO de los pueblos, de sus países o uniones de estados a definir su política agraria y alimentaria, sin dumping frente a terceros países”. Es decir, de tomar decisiones soberanas para el acceso a alimentos suficientes, nutritivos, saludables, que estén producidos de forma sostenible y se puedan adaptar a su cultura.
Pilares de la soberanía alimentaria
A pesar de nacer como un concepto de carácter agrario, la soberanía alimentaria actualmente engloba también a la pesca o la ganadería. De hecho, 500 representantes de más de 80 países se reunieron en 2007 Sélingué, Mali en el Foro para la Soberanía Alimentaria. Entre ellos, había campesinos, agricultores, pescadores, trabajadores rurales, pastores, comunidades forestales, miembros de comunidades indígenas, de pueblos sin tierra, de comunidades de mujeres, niños y jóvenes, etc.
También conocido como Nyéléni, este encuentro permitió concretar los seis pilares de la soberanía alimentaria:
- Los alimentos son para los pueblos, no una mera mercancía. Las políticas de estos deben poner las necesidades de alimentación en el centro de sus decisiones.
- La importancia de los proveedores de alimentos, destacando la relevancia de su trabajo y la implementación de modos de vida que sean sostenibles.
- Determinación de los sistemas alimentarios para reducir la distancia entre los proveedores y los consumidores de alimentos, además de rechazar la competencia desleal.
- El control debe ejercerse a nivel local, de la mano de los proveedores locales de los alimentos. Se rechaza la privatización de los recursos naturales.
- Promoción del conocimiento y las habilidades tradicionales para la obtención de los alimentos. Se apoya la investigación y la transmisión de este conocimiento a las generaciones futuras.
- Compatibilidad con la naturaleza, para lograr una producción sostenible que aproveche al máximo los ecosistemas, fomente su capacidad de recuperación y evite la utilización de métodos intensivos.
Importancia de la soberanía alimentaria
La relevancia de la soberanía alimentaria está en lo que representa. En una sociedad globalizada como la actual, y en un momento como este —donde el cambio climático, la escasez de recursos hídricos o la degradación amenazan la sostenibilidad y supervivencia de la especie a largo plazo —, trabajar para garantizarla permite crear economías locales sólidas apoyadas en la producción de alimentos.
A nivel estructural, el equilibrio entre los tres sectores —primario, secundario y terciario— es básico para disfrutar de Estados fuertes y prósperos. Pero esto no siempre es sencillo de cumplir, especialmente en países desarrollados que prefieren priorizar el sector servicios frente a la obtención de las materias primas y los alimentos.
Esta tendencia se ve favorecida la implementación de la tecnología en ámbitos como la agricultura, la ganadería, la pesca o la minería. Esta ha posibilitado que los procesos de obtención de los recursos incrementen su productividad y eficiencia; pero también ha provocado la pérdida de mano de obra del sector primario. Problema este último que se ha visto acentuado en los últimos años por otros factores, como la crisis climática o la inestabilidad de los mercados por razones sociales y políticas.
Así, la soberanía alimentaria nos ayuda hoy a volver a poner el foco en la base de la pirámide que sustenta nuestra economía. Propone fortalecer nuevamente los sistemas productivos, otorgando poder de decisión a sus actores principales y velando por los intereses de los consumidores. Y lo hace desde un enfoque sostenible, porque también nos recuerda que cuidar del medioambiente es la mejor forma de garantizarnos un presente y un futuro de seguridad alimentaria.
Ejemplos de soberanía alimentaria
Como acabamos de ver, la soberanía alimentaria es un concepto global, pero también puede desglosarse en áreas menores de actuación. Por ejemplo, podemos hablar de soberanía agraria, ganadera o pesquera. E incluso también ir más allá y mencionar la soberanía alimentaria de semillas o la soberanía alimentaria de acuicultura como buenos ejemplos de los procesos que deben contribuir a crear un sistema fuerte y fiable.
Precisamente, aquí queremos hablarte del papel que juega la cría de especies acuáticas para la soberanía alimentaria de España. Desde prácticamente tiempos inmemoriales, la pesca de cultivo ha sido una rica fuente de comestibles para nuestro país, pero no ha sido hasta estos últimos años cuando, gracias a sus avances tecnológicos y estructurales, ha empezado a ser considerada como un elemento clave. Tanto por su capacidad para suministrar alimentos sanos y nutritivos, como para fomentar el desarrollo económico y la conservación medioambiental.
Soberanía alimentaria de acuicultura
Origen de la antigua acuicultura
Para entender bien la importancia actual de la soberanía alimentaria de la acuicultura, debemos volver la vista atrás, porque se apoya en una técnica pesquera y de cultivo que nos acompaña desde tiempos remotos. “Algunos autores la sitúan en China desde hace más de 4.000 años”, afirma Rosa Tovar. Entonces, según sostiene la historiadora, la alimentación de los peces de cultivo se basaba en otros pescados, y con la evolución de la industria durante el Imperio romano, eran higos secos o excedentes de cosechas los alimentos principales en la crianza.
“La antigua acuicultura nació para no depender de las temporadas ni de las condiciones meteorológicas. También hubo, en origen, una clara intención de abaratar el precio de los pescados”, mantiene Tovar. Motivos también válidos para la acuicultura actual que suma, a decir de Juan Fernández Aldana, consultor internacional de acuicultura, un amplio rango de temáticas como bienestar animal, adaptación al cambio climático y economía circular. “Todas ellas hacen y harán una industria acuícola cada vez más sostenible y de gran transparencia frente a los consumidores”, declara el experto.
Puntos fuertes de la acuicultura para el consumidor
Los consumidores españoles podemos estar tranquilos: gracias a la acuicultura desarrollada en nuestro país, el suministro de pescado fresco y de cercanía está garantizado. Lo que es, sin lugar a dudas, una extraordinaria noticia para que podamos disfrutar de la soberanía alimentaria en España.
El biólogo Guersi no alberga dudas: “solo hay que hacer un recorrido imaginario por las pescaderías de cualquier supermercado: probablemente, más del sesenta por ciento de lo ofertado procede de la acuicultura:”. Si bien en el origen chino de la acuicultura los pescados cultivados eran, principalmente, carpas y anguilas, hoy en día el número de especies comercializadas fruto de la acuicultura ha aumentado considerablemente.
Además, la acuicultura también contribuye a la regularidad en la calidad del producto y al mantenimiento de unos precios estables y competitivos. “Las ventajas son evidentes, producto cercano y de calidad. También el llamado kilómetro cero, que contribuye a la soberanía alimentaria y a una alimentación más saludable” concluye Guersi.
Acuicultura española: sostenible y necesaria
Pero… ¿es realmente necesario que la soberanía alimentaria de la acuicultura sea sostenible? Guersi es rotundo: “todos los que estamos trabajando en el ámbito de la economía azul decimos ‘sin azul no hay verde’. Es imposible hacer acuicultura sin proteger el medioambiente. Las buenas prácticas, la buena gestión, contribuyen a la protección del entorno”.
SOFIA 2022 es el informe que FAO publicó recientemente y en él se sostiene que el considerable crecimiento de la acuicultura ha llevado a la producción de pesca extractiva y acuícola a máximos históricos, consiguiendo que los alimentos acuáticos contribuyan cada vez más a una nutrición mundial de gran seguridad alimentaria.
Gracias a la acuicultura, el consumo de pescado rondará los 21,4 kilos per cápita en 2030. Por tanto, la acuicultura es y será protagonista de la transformación azul, un cambio que supone un paso más allá en la soberanía alimentaria y la sostenibilidad ambiental.
¿Y qué papel está jugando España en todo esto? “Nuestro país es líder no solo en volumen de producción acuícola, también en investigación e innovación en todo lo relacionado con el desarrollo sostenible del sector acuícola europeo”, afirma Fernández Aldana.
Lo cierto es que los proyectos de innovación en acuicultura repartidos por todo el territorio español están basados en los trabajos que se desarrollan en los numerosos centros tecnológicos y de investigación españoles. Por lo que nuestra industria es potente, sostenible y generadora de empleo en el más amplio sentido, y contribuye para crear una sólida soberanía alimentaria en España.
España va camino de lograr la soberanía alimentaria en productos acuáticos
Es más, ya es posible afirmar que nuestro país va camino de la plena soberanía alimentaria en cuanto a pescado, marisco y otros productos acuáticos. “Además de la autonomía estratégica que supone producir nuestro propio pescado y otros productos del mar, evitando la dependencia frente a las importaciones, la soberanía garantiza un total control sobre los productos producidos. También una mayor accesibilidad y conocimiento en cuanto a los sistemas de cultivo y a su sostenibilidad. Y, por supuesto, una mayor frescura”, concluye Fernández Aldana.